Por: Danny Cuéllar Aragón
Instituto de Estudios Socio-Históricos Fray Alonso de Zamora
Departamento de Humanidades y Formación Integral
26/05/2020
...Ayer se fue, mañana no ha llegado,
hoy se está yendo sin parar un punto;
soy un fue y un será y un es cansado.
Francisco de Quevedo
Con un cierto cariz de pudor me apresto, algo escéptico, a fijar los términos de búsqueda en google que, junto al operador booleano indicado, ubican los resultados algo imprevisibles en medio de la conocida emergencia sanitaria. El vínculo entre la palabra “Covid” y “Ciencia” arroja 273 millones de entradas, una cifra lógica que se explica en la competencia y autorización discursiva de esta clase de saber para comprender el funcionamiento del virus, los modos de contagio, su potencial letal, el tratamiento médico y, desde luego, descubrir una posible vacuna. Ante la reciente fuerza que amenaza la vida y transforma la interacción social, muchos confían en una solución definitiva proveniente del saber científico. Con asombro advierto, sin embargo, que el nexo entre “Arte y Covid” supera ampliamente la cifra arriba mencionada: 382 millones de entradas posicionan las discusiones en torno al tema. Dibujos, acuarelas, pinturas, museos virtuales, poemas y fugas, entre otras modalidades artísticas, constituyen algunas formas de expresión estética frente a la pandemia.
Todo parece indicar que en el corto plazo no habrá una vacuna con acceso universal ni un tratamiento farmacológico efectivo (vea “Why we might not get a Coronavirus vaccine”), más aún cuando en la lógica vigente del mercado el acceso está circunscrito por la competencia y la capacidad adquisitiva del sujeto. Los Gobiernos de Estados Unidos y Reino Unido, donde se alojan grandes compañías farmacéuticas, no parecen estar de acuerdo con la patente libre para la vacuna (vea “Us and Uk ‘lead push against global patent pool for Covid-19 drugs’”). Por ahora, la estrategia que adoptan algunas naciones es el confinamiento preventivo y la reapertura gradual con medidas de distanciamiento, higiene, bioseguridad y vueltas eventuales a cuarentena. En todo caso, las cosas apuntan a que hay que seguir viviendo —o sobreviviendo. Hay un hecho cruel e irrevocable: mientras unos pueden abogar por una cuarentena prolongada en razón de su estabilidad económica, otros deben sucumbir a la conveniente disyuntiva entre la protección del contagio en el confinamiento sin víveres suficientes o salir a trabajar para subsistir a riesgo de contraer el virus. Pero la rutina del ‘progreso’ debe seguir, tanto en el traslado de la vida al mundo virtual y su prolongación al infinito —la de la interfaz— (ver podcast Comunicación política y redes sociales) como en la experiencia física del entorno.
Es verdad, la vida ha seguido a pesar de las muertes: la quietud no es una opción ante la necesidad o la costumbre acumuladora. Las ciencias de la salud y los laboratorios farmacéuticos se encargan de prolongar la vida, de mantenerla, es una lucha legítima contra el advenimiento de la nada, el caos social y la incertidumbre. La angustia se aloja en lo desconocido, en el misterio que vela el ‘índice’ de vulnerabilidad particular. Ante el acontecer inaprensible, los instrumentos de la ciencia permiten tomar decisiones de política pública, pero también nos invitan a determinar si la vida tornará endeble una vez más. En un intento de comprensión se ha nombrado al virus y se han identificado sus nexos, decir que pertenece a una familia supone una inquietante metáfora que ilustra la presencia de un ente imperceptible y a la vez señala su poder reproductor, su vigencia, aunque la institución familiar recuerde también lo afable e inofensivo. Explicar en todo caso es una forma de tranquilizar las ansias de un relato completo que llene el vacío de lo hasta ahora insondable. Sabemos de sus vínculos, pero se desconoce o se oculta su procedencia, es un virus cuyo origen se muestra ahistórico, es solo presencia: un mercado en Wuhan, un quiróptero, un complot de laboratorio son los términos asociados que intrincan el establecimiento del origen cierto. (Vea The proximal origin of Sars-CoV-2)
Tanto el rigor necesario del método científico como el advenimiento de un virus inédito conllevan espera: la producción de estudios replicables que contribuyan al tratamiento farmacológico efectivo o la inmunización biológica demandan tiempo. Por el momento, los grandes conglomerados editoriales de las publicaciones científicas continúan ampliando su acervo sobre el virus: miles de artículos que presentan estudios de caso sobre el tema, métodos de diagnóstico, trabajos epidemiológicos, correlaciones entre el virus y morbilidades preexistentes, afectaciones a órganos específicos y efectos psicológicos derivados de su padecimiento componen un saber descriptivo aún parcial sobre el invasor (ver artículos en Elsevier). Aunque probablemente los estudios mentados puedan ser base para tratamientos futuros, sabemos de las consecuencias del virus no porque debamos abocarnos a repasar papers académicos, sino porque se han hecho tangibles en muchos lugares del mundo; basta ver la cifra creciente de muertos que diariamente la OMS actualiza en forma de un ranking ambivalente que transita para muchos entre el morbo de conocer la mortalidad creciente, el regocijo de no saberse entre las cifras, la compasión por quienes son un espejo nuestro y el temor de ‘verse’ en un redondo número indiferente a nuestros destinos.
Delante del misterio, la alternativa parcial ha sido recurrir a la prevención, depositamos nuestra confianza en el agua, un tapabocas, unos guantes y en la información que nos proveen a diario los medios. Las estadísticas locales e internacionales patentan un diagnóstico del comportamiento del virus en ciertas poblaciones, se comparan las víctimas fatales con los recuperados, se correlacionan las muertes con la prevalencia en algunos grupos etarios, especialmente los adultos mayores y se avizoran los meses en que finalmente llegará el pico de contagio. En el entretanto, algunos con natural inquietud hacen sus cálculos para aventurar una hipótesis mental sobre sus posibilidades de supervivencia. Resignados en la frontera vital, algunos mayores no ostentan señales de temor; otros reciben con beneplácito la noticia de estar en el grupo de ‘menor’ riesgo, pero ante el sosiego de la confianza, los casos de muertes en personas sanas siembran un cariz de duda incluso en el más temerario; algunos con incertidumbre ven la suma de un elemento más a sus preocupaciones habituales y así muchos nos reducimos a un cálculo en el engañoso mundo de la probabilidad. Hoy la ciencia, como en otras oportunidades, aunque nos ayude, no nos puede dar certeza. Sí, el hombre y la naturaleza, quizás por fortuna, continúan siendo un misterio para el saber científico. Frente a la crisis, el avance de la ciencia deviene anhelo para preservar la vida, en ocasiones es la extensión del periodo vital en la infinita línea del tiempo cronológico.
Pero la vida no es mera extensión del tiempo vital, es ser en múltiples dimensiones, no es la demarcación única del tiempo, es un misterio de improbabilidades sucesivas. El arte surge acaso para emparentarse con nuestra condición humana: expresa la crisis, abraza el misterio y habita el tiempo. Es verdad: necesitamos el tiempo vital, pero la vida también necesita habitar el tiempo colmado de vacío. Y en esa relación, a veces complementaria a ratos disyuntiva, entre tiempo vital y tiempo habitado se juega la vida. Toda crisis implica entonces una reflexión sobre nuestro ser y sus posibilidades, y es precisamente el arte o lo artístico como propiedad humana y de la naturaleza lo que permite reflexionar sobre la manera en que habitamos este tiempo corto en la cadena interminable de las horas...
**La imagen que acompaña el texto corresponde a El Carnaval de Arlequín, pintura de Joan Miró realizada entre 1924 y 1925.