Por: Mayra García.
Instituto de Estudios Socio-Históricos Fray Alonso de Zamora
24/04/2020
La atención del mundo entero está puesta sobre la emergencia de la COVID-19. El ciudadano del común consume información sobre la dinámica de las cifras, la evolución de un tratamiento y la respuesta del sistema de salud frente a la emergencia. El incuestionable protagonismo de las ciencias médicas y de la salud desafía la imagen de las ciencias sociales y humanidades.
Pensar la pandemia más allá de las cifras ha sido un reclamo poco atendido por universidades, comunidades académicas y medios de comunicación. Periodistas como Nora Bär, editora de la sección Ciencia, del periódico argentino La Nación, afirman que las investigaciones en ciencias sociales y las reflexiones literarias son indispensables para que el público comprenda a cabalidad el problema de la pandemia. Sin embargo, se percibe un cierto mutismo en las ciencias sociales y humanas. ¿Será cuestión de poca difusión o de una alarmante escasez de producción? Lea también La medicina no basta: por qué necesitamos ciencias sociales para frenar esta pandemia
El libro Sopa de Wuhan puede ser una interesante excepción al aparente silencio. Esta iniciativa de la editorial ASPO (Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio) surge en la Universidad de la Plata con la intención de recoger las reflexiones de algunos de los pensadores, filósofos y científicos sociales más renombrados en torno a la teoría marxista, la política internacional, los estudios culturales y al paradigma posestructuralista. Los diecisiete capítulos que componen el libro incluyen ensayos, notas periodísticas y piezas literarias firmadas, entre otros, por académicos de la talla de David Harvey, Slavoj Žižek y Judith Butler.
Lo interesante de Sopa de Wuhan no solo radica en la reputación de sus autores. El trabajo por contribuir, desde la filosofía, la lingüística, la sociología y la ciencia política a la actual emergencia de salud pública, evidencia una efectiva convocatoria, que logra reunir de urgencia a un equipo para pensar las implicaciones de la pandemia desde diferentes partes del mundo, poniendo sobre la mesa las consideraciones de las ciencias sociales y las humanidades en un contexto donde solo se habla respecto a una consecuencia médica de la pandemia (infectados, muertes y vacunas).Valga decir, en todo caso, que tal velocidad de convocatoria y ejecución no ha estado exenta de polémicas, pues a juicio de algunos pares, pensar y publicar a ritmo de contagio supone el riesgo de perder profundidad y perspectiva.
En todo caso, queda en el aire la pregunta de cómo garantizar que los análisis y aportes socio-humanísticos alcancen al ciudadano del común. Al encontrarnos en la era digital, pareciera que notas científicas, podcast, materiales audiovisuales, fotografías e infografías son formatos con potencial para llegar a más personas. Así, por ejemplo, el aislamiento ha traído consigo la virtualización de las clases, por lo que también han incrementado los esfuerzos de universidades para aprovechar las redes sociales como canal para discutir, difundir y acceder a información relevante. La Facultad de Sociología de la Universidad Santo Tomás y la Facultad de Ciencias Sociales de la Pontificia Universidad Javeriana lo evidencian. Por medio de Facebook e Instragram, sus docentes se comunican de manera permanente con los estudiantes y el público en general, compartiendo actividades y productos académicos que se han venido ejecutando bajo el aislamiento, así como reflexiones, noticias y eventos de interés.
La adecuación del intelecto a las nuevas realidades técnicas y comunicativas es condición necesaria para evitar que las ciencias sociales y humanidades sean relegadas a una invisibilidad que incluso antes de la pandemia parecía amenazante. Ampliar los canales de comunicación entre el pensamiento social y sus interlocutores también sería relevante para proponer alternativas ante el actual sistema de medición de ciencia, en donde el ejercicio investigativo se concentra en la publicación precipitada de artículos académicos que, todos lo sabemos, terminan siendo leídos por unos pocos. Estamos, pues, ante una oportunidad única de demostrar con hechos la importancia de conectar academia y sociedad. Pasar por alto las fallas del modelo de medición basado en la competencia y la autoreferencia, entorpece el desarrollo consciente de las investigaciones y esquiva la necesidad de hacer público, hasta las capas más populares, el conocimiento.
Las ciencias sociales y humanas pueden contribuir en este escenario de emergencia con su espíritu crítico, histórico y reflexivo, con su capacidad para reinventar esquemas teóricos y paradigmas epistemológicos, con modelos confiables de recolección y análisis de datos que nos lleven a comprender las interrelaciones entre fenómenos como la educación, la migración, el trabajo informal, etc. y con su capacidad para entrar en relación con disciplinas médicas como la epidemiología. Con estas cualidades es posible generar propuestas que aporten, entre muchos otros aspectos, a la solución de problemáticas sociales que hoy la pandemia puso en evidencia, al entendimiento de posibles escenarios futuros y en especial a una cuestión que preocupa a la generalidad de los gobiernos: el diseño de estrategias que con arraigo y comprensión de las dinámicas y peculiaridades de las culturas, sean realmente efectivas para mitigar el virus.
Desafortunadamente, los análisis sobre la pandemia desde las humanidades y las ciencias sociales lucen insuficientes, tanto en cantidad como en protagonismo. Si bien es posible encontrar algunas notas de gran calidad como la explicación del sociólogo Pablo Santoro Coronavirus: la sociedad frente al espejo, el estudio realizado por la Facultad de Sociología de la Universidad Santo Tomás o la reflexión del historiador Yuval Noah Harari: The world after coronavirus, pareciera que sociólogos, filósofos, antropólogos, historiadores y demás se han limitado a dar entrevistas. Para la muestra, las declaraciones de Martha Nussbaum, Eva Illouz o Manuel Castells, intelectuales más que autorizados para hablar del tiempo presente pero que, en últimas, optaron por la comodidad de contestar a las preguntas de otro antes que cuestionar e incomodar con las propias. Parece entonces, que las circunstancias actuales demandan dejar a un lado la timidez y el formalismo que suele caricaturizar a la cultura de las letras. La acción o la omisión son determinantes que abren distintos escenarios futuros para estas áreas: seguimos ocultos o nos atrevemos a contribuir a partir de fórmulas más creativas.