Por Diana Catherine Cely*
Instituto de Estudios Socio-Históricos Fray Alonso de Zamora
Departamento de Humanidades y Formación Integral
03/06/2020
-Y voló
- ¿A dónde voló?
-Al mañana. Un lugar con más soles en el cielo de los que pueden contar. Un lugar diferente al hoy o al ayer. Diferente. Donde todo es mejor.
(Fragmento película Los Croods)
Bogotá, D.C., 03 de mayo de 2020. Aún en aislamiento, solo que esta fase ha sido denominada: Aislamiento Preventivo Obligatorio Colaborativo e Inteligente…Sí, confunde y reinarás…
En medio de este caótico momento por el que estamos atravesando, el último recuerdo que llega a mi mente con mayor añoranza y si al caso un tinte de nostalgia es el viernes 13 de marzo, tan solo su lectura ya pareciera augurar algo muy macabro: viernes 13. Fue la última clase que orienté, recuerdo nítidamente ese día, había sido una semana difícil, de emociones fuertes y de acontecimientos que, antes de encontrarme frente a una pandemia, habrían sido los más insólitos que había vívido en los últimos años. Recuerdo ese día, esa noche saliendo a las 10:00 p.m. de clase
- Profe, ¿quieres ir a tomar una cerveza con todos nosotros?
- No, gracias, debo cerrar notas y no he terminado de calificar.
Nunca más los volví a ver en la vida real, en la virtualidad nos seguimos encontrando dos noches por semana.
Pareciera una broma, el “experimento social más grande de la historia” le escuché decir a mi profesor. Emergen cualquier cantidad de posibles causas; investigadores y filósofos con sus neuronas a lo que dan para brindarle a ese mismo mundo, hostil y flemático de la academia, una explicación que complaciera cualquier frente, ideología o postura. Medios de información haciendo de las suyas también, complaciendo ya no a cualquier frente sino al mismo interés político. Gente del común tratando de comprender lo incomprensible, elaborando sus propios discursos a partir de pedazos de historias que recogen minuto a minuto de redes sociales, noticieros y hasta películas. Acá estamos todos, todos y todas en el mundo hastiados ya, no de lo que sucede, finalmente nos hemos acostumbrado a la cotidianidad, a las cuatro paredes, a la rutina, a los rostros y hasta a la desazón, diría Beauvoir (2007) “el mundo se crea bajo mis ojos en un eterno presente; me habitúo tan rápidamente a sus rostros que no advierto que cambian” (p. 5); nos hemos hastiado del rumiar constante frente a la incertidumbre ¿qué va a pasar? ¿pasará? ¿seremos testigos de ello?
Algunos quisiéramos apostarle a la benevolencia de la humanidad acto seguido a la penumbra que hoy nos opaca; otros, no tan afables y tal vez más conocedores del trasegar humano a lo largo del tiempo en esta tierra lo suficientemente generosa, han de vaticinar expresiones agresivas y violentas. Es decir, la danza constante e incesante entre conductas prosociales y agonísticas que pongan en evidencia lo más primitivo de cada sujeto y que de cuenta, sin lugar a sorprendernos, de aquello que nos hace humanos. Dándole gusto a la insaciable necesidad de querer comprenderlo todo a partir de planteamientos teóricos que den sentido a nuestras emociones más primarias, quisiera proponer en estas líneas cómo la construcción y expresión de la compasión devienen en el ser humano como un rasgo característico de nuestra especie y que, puede ser, en el límite de pensarnos la muerte, propia o de algún otro cercano o cercana o al menos de verla pavonearse a lo largo y ancho del planeta, pueda despertarnos esta emoción de prosocialidad, llamada por algunos filósofos (Hume, Smith) emoción moral.
Pensar en la humanidad hoy, en perspectiva neurocientífica, implica pensarse la evolución de la especie desde nuestro antepasado más remoto; resignificar cada hecho, cada etapa evolutiva para comprender las características que posibilitan al género homo consolidarse y nombrase a sí mismo como sabio, permite atribuir diversas preguntas no solo alrededor de esta narcista y poco modesta asignación sino que convoca a la reflexión alrededor del establecimiento de la especie a lo largo del tiempo. De manera particular, el punto de mira estaría centrado en las relaciones sociales que hemos establecido a lo largo de los años en la tierra ¿Qué las ha convocado? Harari (2014) apuesta por una suerte de “red de apoyo” indispensable para la supervivencia, “para criar a un humano, hace falta una tribú. Así, la evolución favoreció a los que eran capaces de crear lazos sociales fuertes” (p. 14), es decir que, para que estemos presentes en este momento de la historia, nuestros antepasados han tenido que fortalecer sus lazos, sin lugar a dudas, esa empatía o ayuda al otro estaría enfocada hacia sus parientes; desde la posición más Darwinista, la adaptación y supervivencia estarían mediadas por la cooperación. Ligada a la postura anterior, se observa en Darwin (1871) una teoría según la cual el hombre tiene en vista el bien general, o la prosperidad de la comunidad a la que pertenece,
a medida que el hombre entra en civilización y que las tribus pequeñas se reúnen en comunidades más numerosas […], la simple razón indica a cada cual que debe extender sus instintos sociales y su simpatía a todos los miembros de la misma nación, aunque no le sean personalmente conocidos (Changeux y Ricouer, 2001).
A manera de cierre de esta breve cavilación, valdría la pena hacer un llamado urgente a la reflexión en tanto que nosotros, como seres humanos, “estamos viviendo las consecuencias de un proceso de desconexión entre nuestra esencia como especie y de la naturaleza que sostiene nuestro vivir” (Maturana y Dávila, 2019). Lo dicho hasta ahora advierte que la conducta prosocial puede considerarse como un camino efectivo para la reducción del comportamiento violento, lo que posibilita construir reciprocidad y solidaridad en la medida en que permite la apropiación de formas alternativas de interacción social. Insisto en este punto: en la capacidad de nosotros como seres humanos, no sólo de volvernos hacia el sufrimiento del otro, de notarlo, de estar conectados emocionalmente y darle sentido, sino también de saber cómo sostener, aliviar y prevenir ese sufrimiento. Este comportamiento seguramente traerá consigo la comprensión de nuestra responsabilidad sobre nuestro propio vivir y convivir, de manera tal que los procesos de transformación individual impacten en nuestros modos de co-habitar este planeta.
Notas
Umwelt “Se refiere al mundo subjetivo centrado en el propio organismo, que representa sólo una pequeña fracción de todos los mundos perceptibles” (De Waal, 2016).
**La imagen está relacionada con el texto de Thomas Nagel, ¿What is it Like to be a Bat?
Referencias bibliográficas
Beauvoir, S. (2007). La mujer rota. Colección diamante.
Changeux, J-P., y Ricoueur, P. (2001). La naturaleza y la norma: lo que nos hace pensar. 2ª Ed. Fondo de Cultura Económica.
Changeux, J-P. (2010). Sobre lo verdadero, lo bello y el bien. Un nuevo enfoque neuronal. Katz editores.
De Waal, F. (2016). ¿Tenemos suficiente inteligencia para entender la inteligencia de los animales? Grupo Planeta.
Harari, Y. (2014). De animales a dioses. Breve historia de la humanidad. Editorial Titivillus.
Maturana, H., y Dávila, X. (2019). Historia de nuestro vivir cotidiano. Paidós.
Diana Catherine Cely*
* Docente e investigadora Ieshfaz y DHFI, Universidad Santo Tomás; Lic. En Psicología y Pedagogía, Mg. en Educación, Universidad Pedagógica Nacional; estudiante de la maestría en Neurociencia Social, Universidad Externado de Colombia.