Por Jenny Marcela Rodríguez
Instituto de Estudios Socio-Históricos Fray Alonso de Zamora
Departamento de Humanidades y Formación Integral
19/06/2020
Desde hace más de noventa días estamos en aislamiento preventivo obligatorio, algunos hemos tenido la posibilidad de continuar con nuestras actividades laborales o educativas a través de las mediaciones por tecnología, esto es fundamentalmente Internet en diferentes herramientas. En las páginas de diversos medios de comunicación se señala cómo ha aumentado la carga laboral, lo difícil que ha sido para algunas personas realizar las actividades “del hogar” y las laborales en los mismos espacios, sobre todo, cuando una de ellas requiere mucha más atención -y amor-, pero ¿qué pasa con las actividades de ocio, diversión o tiempo libre?
Desde los chistes en redes por pasar todo el día lavando los trastes o haciendo teletrabajo en pijama, la presencialidad académica medida a través de las cámaras, los “ruidos e imágenes “de la vida privada que pasan a ser publica, fiestas y encuentros con familiares y amigos, todo, absolutamente –o al menos así supongo yo- pasa por una pantalla ante un esfuerzo por mantener “la conexión”.
La Comisión de Regulación de Comunicaciones (CRC) “en cumplimiento de lo ordenado por el Decreto 464 de 2020 y con el propósito de tomar las medidas necesarias para evitar la congestión del tráfico de Internet en Colombia durante el Estado de Emergencia Económica, Social y Ecológica” viene publicando una serie de reportes de tráfico de internet durante el aislamiento preventivo, el primero de estos reportes fechado el 7 de abril de 2020 (ver) señalaba un aumento en la demanda del 37,8%, para la última semana de mayo, el noveno informe señalaba un 3,5% menos de tráfico en relación a las anteriores semanas, la constante ha sido la franja de las 6:00 p.m. y las 10:00 p.m. (varía según el proveedor) en el “horario prime de entretenimiento y de redes sociales”, y justamente es en esta frase en la que me quiero detener.
Seguramente en tiempos de encuentro y no de aislamiento en ese mismo horario “prime”, solíamos al menos iniciar la noche para disfrutar del cine, el teatro, una cena especial o la rumba, mejor dicho, nos preparábamos para ser parte de la industria de la diversión. Salir de la rutina trabajo-casa, disfrutar de un rato de ocio, ver amigos, salir con la pareja o incluso tener simplemente el tiempo de “desconectarse” de ese ciclo eterno y ver una película en cualquier plataforma o simplemente canalear. En fin, un salir del torbellino de la normalidad, pero ahora que estamos aislados, ¿realmente estamos ante una "nueva normalidad"?
Pues no, no lo creo, es más, creo que estamos frente a un nuevo automatismo y una nueva industrialización de la cultura. La cosa va más o menos así. Hay artistas sobresalientes en nuestro país, en todos los aspectos, en la literatura, las artes plásticas y cinematográficas, en el teatro, en la música, un panorama realmente maravilloso; también hay críticos y gestores, expertos que nos susurran y cual Pepe Grillo nos dan pistas para dónde seguir. Llegar a estos personajes no es fácil, aun cuando te presentas como docente, directora de un programa de radio o editora de una revista universitaria, discusiones sobre agendas o incluso el valor ($$$) de su participación en eventos académicos o culturales están siempre presentes; pero en abril todo cambió, estos personajes que eran esquivos aparecían “sagradamente” cualquier días de la semana, siempre en horario prime, a través de sus cuentas en Facebook o Instagram –que van sumando seguidores cada vez más- y lo mejor, de forma gratuita.
La Feria Internacional del Libro de Bogotá FilBo por ejemplo, alcanzó a “reinventarse” y entre la presentación de libros, tuvimos la oportunidad de ver y escuchar a Roger Chartier –muy pertinente el tema de las editoriales y los libros además-, y entre otras una interesante conversación entre Ricardo Silva Romero, Daniel Samper y Carolina Cuervo. Entre las bondades ellos señalaban la ventaja de la mediación virtual, los “asistentes” aplaudían que no se tuvieran que hacer filas, pagar entradas, en fin, la incomodidad del otro y al mismo tiempo la cercanía con estos autores, así es, la cercanía.
Algo similar realizaron varias universidades. Solo por traer un ejemplo, en las redes se celebró la Feria Virtual del Libro y la Feria Virtual del Libro Universitario (no, no fue la misma feria). La música, pues bien, de conciertos virtuales-asincrónicos como por ejemplo Volverte a ver de Juanes y la Filarmónica hasta las posibilidades de helicopterocierto (¿?).
La industria cinematográfica ha tenido también participación es esta historia, desde el fallido Festival Internacional de Cine de Cartagena de Indias- FICCI hasta la más reciente versión del Festival La Tigra o las plataformas que, si bien existían (no, no Netflix) como Mowie, Retina Latina y la más reciente Cinecoplus –anclando a Cine Tonalá, Cinema Paraíso y CineColombia entre otras- hasta ahora están siendo ampliamente visitadas y apoyadas.
Al teatro le ha costado un poco más, pero ahora han llevado sus performance a otro (¿gran?) beneficiado del aislamiento, el podcast, solo un ejemplo El problema fundamental de Teatro Petra. Y así, todas las noches hay un nuevo live, hay fiestas como la de Radio ambulante o muestras de picoteros como las de Don Alirio, amigos que se encuentran a conversar con otros amigos y transmiten esas conversaciones suponiendo que en la inmensidad de la red y en la multiplicidad de amigos desconocidos habrá uno que otro interesado en escucharlos aunque sea para decir, “yo estuve allí”.
Un escenario más inmóvil ha sido la televisión (al menos la nacional) y junto a esta, la radio. Debo decir en este punto que mis ratos de noticias hace años terminaron y las novelas y series me parecen sosas, los reality shows hace mucho dejaron de ser reales y como diría Forrest Gump “es todo lo que tengo que decir al respecto”. La radio por otro lado, no creo que este en pelea con las plataformas musicales, en mi Spotify escucho las mismas tonadas escogidas por mí y en las emisoras las mismas canciones sin darme cuenta, igual es el mismo sirili. La radio universitaria (en la que me siento particularmente orgullosa por Nuestro Rollo) venía presentando cierres de programas “clásicos”, el no estar en un estudio ha sido un inconveniente que se ha venido solucionando con un micrófono, una plataforma y muy buena disposición.
Pero volvamos a la pregunta inicial. Por qué a pesar de esta multiplicidad de “reinvenciones” digo que estamos frente a un nuevo automatismo. Pues bien. Es porque me levanto de mi cama a los pocos metros está mi computador, me conecto y arranco mi jornada laboral/familiar y sin querer queriendo termina –al menos la laboral a las cinco-seis de la tarde- la otra continua; díganme si después de estar dando tumbos en la silla- por favor adquieran una buen silla-, acordándome de cómo sentarme, de hacer pausas, de no “pegarme a la pantalla” –ya se ha superado el miedo a los ojos cuadrados-, quedan ganas de seguir frente al computador o peor al celular, de “vivir” o ser parte de la “nueva normalidad” de la cultura, seguir conectados en el horario prime escuchando las conversaciones de otros, viendo películas en una pantalla de 19 o 21 pulgadas y con los audífonos siempre puestos. Es necesaria la distracción, no hay ventanas al mundo real, parece que este mundo está en pausa. Pero sobre todo para aquellos que aplauden desde su silla, ¿qué tipo de cultura queremos hacer?, ¿de cuál queremos hacer parte?. Hemos automatizado aún más esas industrias culturales cumpliendo una vez más la sentencia de Benjamín y Adorno. La cultura se es con el otro, y ahora mismo tenemos miedo de él, tenemos miedo que nos contagie. Nuestra pantalla es nuestro “Wilson”.
Caricatura cortesía de Diego Arenas Rivera (Triego)
Director Creativo/ Emprendedor/ Viñetista